Viajaba al ritmo de una guitarra, de cinco cuerdas porque el respuesto cuesta lo que no tiene... comía lo que soñaba el estómago no reclamaba. De algún modo se tapaba con la guitarra y recorría sus curvas con disimulo. El cigarro le quitaba el hambre pero le daba sed, el canto le quitaba la sed pero le daban unas locas ganas de fumar.
Por muchos nombres lo llamaba la gente e incontables mitos corrían con su verdadera identidad, pero él se quedaba con el que alguna vez lo tildó un pequeño niño, su reflejo de hace algun tiempo, que en la plaza sentado en el piso lo escuchó cantar y le dijo: "Charlot, como el de la película". Sí, él era para el niño el símbolo cinematográfico de la clase obrera y proletaria, soñado y concretado por Charles Chaplin.
El cantor, de aquél día en adelante, se propuso guardar un cuarto de lo que ganase cada día con el único fin de ir a Woronoff y comprarse el característico sombrero. Religiosamente iba temprano en la mañana al Banco Estado de Arlegui a depositar sus moneditas.
Algunos sostenían que no ganaba poco y que almorzaba siempre en caros restaurantes; nunca se le veía sucio ni descuidado y aún asi el rumor más fuerte era que cuando no cantaba robaba, que no tenía donde caerse muerto, que vendía sospechosas bolsas a escolares o que se mantenía en banquetes de coca y algunos otras muletas.
Pero la verdad no se supo nunca, les puedo decir que no consumía drogas aparte de su pegajosa música que se tarareaba hasta la micro; o que su único cuidado era comprarse de vez en cuando una crema que utilizaba en sus manos y guardaba quien sabe donde.
Y aunque de vez en cuando iba a tomarse un café al Samoiedo, casi siempre iba por cuenta de la casa o lo pagaba alguien que se enternecía con sus historias mientras bajaba el café. Desde el Marga-Marga al norte era mal mirado, pero lo cierto es que él amaba sentarse en las rocas y sentir como las caprichosas olas le enviaban deliciosos cariños... Nunca se enojó el mar estando él allí sentado, ni en días de lluvia le mojó una ola. Vibraba también al caminar por los nortes y orientes, recordar antiguos personajes y relacionar casonas, pasear por Libertad y ver la lluvia en los adoquines de calle Quillota.
Si se perdía de Viña una semana la gente comenzaba a hablar.
-Que lo atropelló el tren- decían algunos.
-Que se suicidó en las rocas - mentían otros.
Pero siempre volvió y aclaró.
-Me fuí unos días a volar con mi guitarra y a cambiarme el corazón-
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