jueves, agosto 11, 2005

Libre

El problema surge cuando un porcelius chilensis, conocido como "chanchito de tierra" se encuentra a sí mismo en el plano de un lavamanos del baño matrimonial. Podría ser en otro baño, en otro lavamanos o simplemente un chanchito de otro lado. Pero ahí está él. Con su caparazón a cuestas, cual casco de alemán, cual imitación de armadillo, intentando no caerse al desagüe; sólo tiene que llegar al borde para resbalarse y volver a empezar... trepar, llegar y volver a empezar. Lo que comienza por ponerlo neurótico y termina mtandole la fe en sus dioses. Ni hablar ya de la confianza en sí mismo y en cualquier ser ajeno a su especie, inclúyase a las larvas de pelo corto y exclúyase a las particularmente amables chinicas rojas de pintas negras. Y la desconfianza. Y volver a empezar. Que se le acaba la paciencia. En los humanos ni piensa, aunque casi llegando a su estómago, sabe que es por ellos que quedó atrapado en primer... Y que el tamaño y que los gritos.
No es raro entonces que se sienta a punto de reventar cuando ve acercársele a ese monstruo humano de cinco cabezas, ninguna parlante por suerte, pero qúe sabes tú; esas cabezas que se mueven de un lado a otro no hacen más que barbaridades a su paso, como eso, ¿por qué me persiguen?, eso también. Y no tiene más que hacer que esconderse en sí, convertirse en bolita, insecto esfera, esfera que rueda, rueda hacia abajo, abajo al desagüe, abajo a salvarse.

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