sábado, septiembre 10, 2011

Matar a Wilcock sin conocerlo

Nuestro premio viene tarde
después de todas las palmadas en la espalda
y cuando ya el mesón está sin los senderos sobre la ceniza,
aún se escriben historias sobre esa vez
en el bar y después de las ocho de la mañana,
y el premio recién llega, tarde y abrazandonos despacio.

nos empuja a la orilla de la cama, casi sin querer,
atropella la decencia de mendigar por libros
y del no recuerdo nítido de la página recién pasada.

hay razones para creer que nada volverá a ser lo mismo:
una sala vacía con la puerta abierta, excepto por dos jóvenes
jadeando sobre la mesa del profesor; un ladrido hiriente
llegando desde España; el automatismo del robo intelectual
sin cuestionar; el lento respirar y las mejillas rosadas del hijo del burgués.

Los niños del Mapocho no saben que voy
los niños de mi pueblo no saben que voy.

jueves, septiembre 01, 2011

Olvido y tormento

Qué han hecho con los restos
de la vida que les entregué.

Un ensueño arrugado entre los matorrales,
todas las penas colgadas del techo,
arrullos escondidos en cofres de metal,
veo la última risa marcando el medio de un libro
a medio olvidar, un suspiro de mañana
enredado en la almohada
y los recuerdos...

la culpa parece la misma
de hace tantos años, espectro del dolor
no se olvida de atormentar.

Qué me dicen de los pedazos
de mentiras que dejé en el jardín.

Todas las almas

Sus ojos vieron un fuego
lejos, muy lejos
en su mano pesan los dolores
de su familia con frío.

¿Qué hacer? Resistir
el sablazo de la historia.

el de la escalinata, de camino abandonado,
de la escuela grande, del patio de atrás,
de los cuarteles parpadeantes de neón,
de los furgones recorriendo las poblaciones,
el sablazo mismo que inquietó las nubes
que no dejó descansar a Chile de sus muertos
que levantó el polvo e hirió al obrero.

El sablazo mismo de la historia,
que se retira con vergüenza
a sus sillones podridos
a sus oficinas tapizadas
de almas.

Hora de dormir

Es hora de dormir,
de apagar las escuálidas luces y habituar
los ojos, equilibrar el tiempo
lado y lado
un ensayo de muerte diario;

es hora de saciar la carne,
pretendiente del juguete cansado;
oigo apenas fuera del cascarón
que una fábrica dejó de funcionar.

Sólo queda sangre
para decir más sangre,

empapadas las manos y los pies
pegados al suelo.