domingo, mayo 04, 2008

Inocente engaño

Es de noche: te subes al columpio sin pensar en el frío.
Así, piensas, volverás a ser el niño que jugaba sin pensar en nada más.

La familia Villalemana

El living de la casa está desordenado y la luz del pasillo se quemó hace un tiempo. Hay que comprar, hay que esquivar los empolvados muebles y comprar ampolletas que iluminen el pasillo que termina gloriosamente en los dormitorios, uno a cada lado, cuál más dejado que el otro.
El living es el anfitrión (con dicha) de las reuniones que se organizan, sirve de ascensor para lo que, se sabe, acontecerá. De la cocina, poco: contados vasos, menos variedad y un montón de estantes vacíos. Así es la casa de la familia Villalemana, o villalemanina. En el centro del living, un televisor viejo que transmite series gringas en blanco y negro, acaso recuerdos de otras gentes, ajenos a la casa. Por una ventana sin cortina se ve el patio oscuro, uno diría abandonado: triste, extraño. En las sombras de ese patio crecen sin embargo, flores y enredaderas. Hay respiros en el patio que parece muerto, corre el viento suave y mueve las hojas que cayeron hace tanto. Tras los árboles se oyen festejos: cientos de siluetas encorvadas entonan canciones y se las enseñan entre bailes y antorchas a las más pequeñas. Son siluetas felices, no es difícil darse cuenta, siluetas que hace siglos no van al living, que no quieren saber de edades ni de recambio. Siluetas inmortales que dejaron de creer en el tiempo y viven mirándose a los ojos unos a otros, buscando allí el reflejo de todos los recuerdos.