sábado, septiembre 10, 2011

Matar a Wilcock sin conocerlo

Nuestro premio viene tarde
después de todas las palmadas en la espalda
y cuando ya el mesón está sin los senderos sobre la ceniza,
aún se escriben historias sobre esa vez
en el bar y después de las ocho de la mañana,
y el premio recién llega, tarde y abrazandonos despacio.

nos empuja a la orilla de la cama, casi sin querer,
atropella la decencia de mendigar por libros
y del no recuerdo nítido de la página recién pasada.

hay razones para creer que nada volverá a ser lo mismo:
una sala vacía con la puerta abierta, excepto por dos jóvenes
jadeando sobre la mesa del profesor; un ladrido hiriente
llegando desde España; el automatismo del robo intelectual
sin cuestionar; el lento respirar y las mejillas rosadas del hijo del burgués.

Los niños del Mapocho no saben que voy
los niños de mi pueblo no saben que voy.

2 comentarios:

Hola dijo...

"El ingeniero Wilcock" todo un éxito.

Anónimo dijo...

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