Antes de habitar el suelo
quise dominar la razón
revolví entrañas y crucé puentes
todo en vano, nada en limpio
resolví problemas, rasguñé puertas
pleno verano y yo cochino
inundé de copas mis ojos cansados
planté los pies sobre una roca endeble
hice figuras con tu sangre
hice pedazos tu retrato
hice de mí un llanto largo
hice de mi cuerpo un escudo viejo
irradié caminos a medio recorrer
grité valiente de cara al vacío
porque así me enseñaron en la vida
porque no queda otra, porque la mía
es una muerte lenta y a conciencia,
un otoño que no termina nunca de empezar
y parece que sale el sol
o que la luna por fin ilumina
y parecen días medidos con un reloj
recién hecho, minutos que traen novedad;
pero nada es cierto, el gris de las tardes
se vuelve aún más gris y las voces no terminan
nunca de callar. Los recuerdos poco cuerdos
se toman el cuerpo y hacen de él
un puñado de tierra.
Antes de habitar el cielo
quise admirar la razón
aunque fuera por un instante:
nada de esto ocurrió.
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