lunes, julio 14, 2008

J. is a mighty good leader

J. se despierta cada mañana a las siete con treinta minutos, ayudado por su reloj despertador, claro. Entre la ducha rápida, vestirse y peinarse se demora alrededor de veinte minutos; luego toma desayuno en la mesa del comedor. Después de recoger el diario, se acomoda en el sillón cerca de la chimenea y hojea las páginas deportivas; termina leyendo las columnas de opinión.
A eso de las ocho y treinta minutos, J. cierra cuidadosamente todas las puertas interiores de su casa, toma el abrigo comprado en ropa americana que cuelga en la entrada y sale a dar un paseo por el parque a pocas cuadras de su casa. Una vez en el parque J. piensa en toda clase de asuntos: cuántos días exactos habrá vivido, cuántos le quedarán, qué será de sus antiguos compañeros de colegio, cuál será el mejor libro que se haya escrito, cuál será el más largo, qué pensará la gente de él, qué marca de zapatos se comprará cuando se gasten los que está usando, qué noticia repetida leerá mañana en el diario, cuándo dejará de pensar en sus antiguos compañeros de colegio, etc.

Cuando ya comienza a aburrirse de mirar a los perros interactuar con las aves y los vendedores de dulces le suenan molestos, J. se pone de pie satisfecho y da el primer paso que lo llevará a su casa. En el camino, a veces se detiene a mirar las hojas animadas por el viento, o mira como arrugando la cara cuando un niño pequeño va corriendo sin mirar el piso. Aproximadamente a diez pasos de su casa, J. se hurga el bolsillo derecho del abrigo y toma la llave indicada.

El resto del día no es más divertido que la mañana; después de almorzar, duerme siesta y casi nunca sueña, las veces que lo hace, no recuerda lo que sueña. Al despertar, J. se dedica a leer libros antiguos, casi siempre literatura del siglo XIX o clásicos de la primera mitad del siglo XX, algunas veces J. escribe en su viejo escritorio, pero no se molesta en sacudir el polvo que adorna la superficie.

A las ocho de la noche, J. deja sus quehaceres literarios, cierra los ojos y con suma concentración se entrega a la ardua tarea de arreglar el mundo. Esto le lleva alrededor de veinte minutos, dependiendo del cansancio que le supone la lectura y escritura previa y del estado en que se encuentre el mundo.

Usualmente comienza arreglando las cosas más pequeñas, como las bicicletas o las flores secas, que si se dejan para el final, pueden ocasionar grandes dificultades; luego se dedica a problemas humanos de diversa índole, tales como necesidades básicas, faltas de cariño, de dinero, desapego, etc; finalmente intenta, no siempre con éxito, sincronizar estados de ánimos con música, con el tráfico, con acontecimientos aparentemente insignificantes como que un ave cante una melodía que recuerde a la canción favorita, o que un libro se abra en la única página ilustrada.

Hecho esto, J. abre los ojos, pestañea repetidas veces para acostumbrarse a la luz y se va a dormir.

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