Arriba del cerro está el Señor que, aunque se niegue a escribir su nombre con minúscula, entendemos que su importancia es menor. Vive allí.
Desde siempre. Mi siempre.
Desde que tengo memoria (siempre la tuve, pero desde que me acuerdo que la tengo, o sea...), ha vivido allí. Quizás cuántos años más.
Creo haberlo visto entrar a un par de casas en el centro. Posible familia. ¿El Señor tiene familia? Todos sí. ¿El Señor es parte del todo que conocemos? No.
Su todo es un arroyo vacío, su realidad es nuestra irrealidad, su existencia no es más que la de Señor en un cerro donde decir Sir, Monsieur, Señor, Perro, Animal... son la misma cosa. ¿Qué? Claro que sí. Pobre Señor.
-Se sentirá solo en su cerro-
¿Vamos? No.
¿Caminemos por el sendero? No lo es.
Es una puerta entreabierta a la perdición. Ay Señor. No le tomé importancia.
-El Señor falleció un día soleado-
Un día que el cerro se llenaría de niños elevando volantines y sus padres mirando y sus padres sentados y sus padres enterrados pensando que ese niño que hoy mira desde el centro de la plaza hacia el cerro, mañana querrá vivir ahí. A buscar la paz, la tranquilidad, el abucheo interior, el frío casual de invierno.
jueves, agosto 09, 2007
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