La gente llegó tarde a vivir al cerro, testigo indeleble y se dio cuenta aún después que era el cielo buscado hace tiempo, hace vidas enormes. Miraron entonces con vergüenza lo que se había construido practicamente solo. Aquí el que manda es el puerto, si hubieran venido los poetas - más poetas - no estaríamos viviendo arriba de este muerto.
Sentado en el Paseo Yugoeslavo, el contraste es absoluto.
El puerto grande. El caminante recogiendo basura. El niño en bicicleta por los cerros.
El Palacio Baburizza y al costado esa vieja casona en completo abandono:
El tronco de los mil quinientos hijos me observa, clava su ojo en los míos, me acaricia suave el cabello. Oculta tras sus hojas un falso testimonio, un horrible demonio: Que la casagrande está sola, que no tiene niño con quien jugar, que se siente mirada en menos, que ni las hormigas se atreven a entrar. Yo de acá la miro bien puesta, rodeada de flores que iluminan sus muros, sus ventanas, sus maltratadas puerta.
- Absténgase de juicio entonces - le digo - Observe a las casas de latón, esas sí que nacen llorando de desesperación.